“LA MALDICIÓN DE ÖTZI”
Empeñada en reescribir la leyenda tejida casi setenta años antes, con el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, el hallazgo de Ötzi también causó un extraño e inexplicable reguero de muertes. He aquí su historia…
El 19 de septiembre de 1991, en los Alpes italianos, lindando con la frontera austriaca, el matrimonio de montañeros formado por Helmut y Erica Simon disfruta de su gran pasión: la montaña. Sobre las 13.30 horas, ya habiendo descendido el pico del Finail, camino del refugio alpino de Similaum y a la altura del glaciar Tisenjoch, descubren un cadáver semienterrado en una concavidad del terreno rellena de hielo y aguanieve. Su aspecto es pétreo, la textura de su piel se asemeja al cuero curtido, de color cobrizo. Está bocabajo.
El hallazgo resulta espeluznante y su datación, a ojo, es confusa. Se hallan a más de tres mil metros de altura sobre el nivel del mar y las peculiares condiciones meteorológicas de ese año, junto con un deshielo progresivo de la zona, han causado que la gélida montaña desvele la presencia de su arcano huésped.
Fotografían la escena y prosiguen su caminata. Una vez en el refugio informan del hallazgo al dueño del mismo, Markus Piparmer. Éste, espoleado por la curiosidad y por la pasión que siente por la montaña, decide ese mismo día trasladarse al lugar con Blaz Kulis, su cocinero, e indagar el asunto sobre el terreno…
Rescatando al “Hombre de los hielos”
A partir de este momento la noticia del sensacional descubrimiento se extiende de forma exponencial; el lugar comienza a ser concurrido por curiosos que, con más voluntad que medios, tratan de liberar al misterioso cadáver de su sepulcro helado. Expertos montañeros como Hans Kammerlander, Reinhold Messner o Alois Pirpamer se valen de métodos a veces peregrinos para rescatar el cuerpo: un taladro de aire comprimido, un bastón de senderismo, un trozo de madera…
Incluso las autoridades austriacas abren diligencias al detectar indicios de que pudiese tratarse de un caso de asesinato, ya que los primeros rumores sugieren esta idea. De hecho, las escasas personas que han visto el cadáver describen extrañas quemaduras diseminadas por su cuerpo, lesiones craneales e, incluso, marcas de ataduras en las muñecas.
Finalmente, el lunes 23 de septiembre, cuatro días después del hallazgo, un equipo dirigido por el forense Rainer Henn recoge el cuerpo y lo evacua en helicóptero junto con una miríada de extraños objetos, dispersos por la periferia: mechones de pelo, cordajes, listones de madera, añicos de piel curtida, un curioso cuchillo de sílex, etc. El rescate es filmado por una unidad de la televisión austriaca, la ÖRF. El destino de la momia es el Instituto de Medicina Forense de Innsbruck.
El célebre profesor Konrad Spindler, del Instituto de Prehistoria de la Universidad de Innsbruck, coordina el estudio del cuerpo en colaboración con decenas de especialistas. Un primer diagnóstico aventura una antigüedad de más de 4000 años; posteriormente se sabrá, por análisis de datación con el método del Carbono-14, que puede alcanzar los 5300. Una vez custodiado el cuerpo en condiciones óptimas de humedad y temperatura comienza un trepidante estudio multidisciplinar del mismo. La noticia del hallazgo causa sensación en el mundo científico y académico. No existen precedentes de una momia acompañada de sus pertrechos, de esa antigüedad y en tan buen estado de conservación. Nos hallamos ante una excepcional muestra del hombre y de la sociedad prehistórica, de su época y de su entorno. Multitud de aspectos antropológicos, sociales, biológicos y culturales se pueden inferir de su estudio y observación.
La momia es reclamada por Italia, que considera que el descubrimiento se produjo en su territorio. Una comisión fronteriza establecida a fin de dilucidar tal dilema concluye que la petición es legítima, pues el cadáver se encontraba en territorio italiano, aunque por menos de cien metros. Esto no es obstáculo para que las autoridades italianas permitan durante más de seis años la custodia y análisis del cuerpo a las instituciones académicas austriacas.
Desde 1998 se conserva y exhibe en el Museo Arqueológico del Tirol del Sur de Bolzano, Italia.
La momia fue denominada oficialmente “Hombre del hielo”, aunque el periodista Karl Wendl lo bautizo familiarmente con el cordial apodo de Ötzi, en referencia a los Alpes Ötztal, lugar del hallazgo.
Se trata de un varón que vivió a principios del Calcolítico (Edad de Cobre) –entre el 3350 y el 3100 a.C. – en los Alpes centroeuropeos. Falleció a la edad aproximada de cuarenta y cinco años, medía 1,60 de estatura y pesaba unos 50 kg. Tenía el cabello castaño oscuro y de unos 9 centímetros de longitud en la fecha de su muerte. Calzaba una talla equivalente a la actual 38. Presentaba un diastema en sus incisivos centrales (“paletas separadas”), ausencia de cordales (muelas del juicio) y un desgaste considerable en sus piezas dentales, producto de un defectuoso molido del cereal y de un uso inapropiado de éstas. Su fisionomía es idéntica a la del ser humano actual.
En cuanto a su estado de salud sabemos que su sistema inmunológico estuvo sometido a situaciones severas de estrés poco antes de morir, tenía parásitos intestinales, sufría calcificación arterial, problemas articulares –posiblemente causados por la enfermedad de Lyme– y varias lesiones óseas ya cicatrizadas.
Se piensa que murió a consecuencia de una herida de flecha, encontrada en 2001, en el omóplato izquierdo. Dicha flecha le afectó a los nervios vasomotores y le produjo una grave hemorragia. También se observa un traumatismo craneal producido, quizá, por la caída o por un remate posterior.
Equipaje para el más allá…
El Hombre del hielo iba bien pertrechado para el clima en el que se desenvolvía. El material de sus ropajes y su confección son un ejemplo de adaptación al medio y de aprovechamiento, dada su escasa tecnología, de los recursos que tenía a su alcance.
Hasta el descubrimiento de Ötzi tan sólo se tenían muestras de indumentarias completas de la Edad de Bronce. Constituye, pues, un salto cualitativo importante en el conocimiento de la época prehistórica.
Su cabeza iba protegida por un gorro de piel de oso con forma de cono truncado y una cinta de cuero, a ambos lados, a modo de barboquejo.
El calzado puede considerarse el más antiguo jamás hallado y sorprende por su sofisticación; consta de dos partes, una interna y otra externa. La interna está elaborada con una redecilla de fibras de tilo con paja, como aislante térmico. La exterior es de piel de ciervo. Ambas partes están asidas con tiras de cuero a una suela de piel de oso.
Las piernas estaban vestidas con unas polainas de piel de cabra con cintas de cuero en sus extremos superior e inferior para anudarlas al cinturón y al calzado, respectivamente. Un calzón de piel de cabra, a modo de taparrabos, le cruzaba la entrepierna y se sujetaba al cinturón. Ötzi también portaba un cinturón de piel de ciervo. Diversas costuras ornamentales posibilitaban el ajuste del mismo y albergaban un práctico bolsillo donde se alojan útiles de uso frecuente: un perforador, un punzón de hueso, piezas de sílex, etc.
El abrigo es de piel de cabra, compuesto por varias piezas de distintos tonos y cosidas con tendones de animal. Los remiendos posteriores son de hilo vegetal. Por último, destaca una curiosa capa o pelliza elaborada con fibra vegetal trenzada. Su uso puede ser múltiple: capa, esterilla o protector contra la lluvia.
Ötzi portaba, en el momento de su muerte, multitud de objetos, quizá demasiados; cuestión que, como veremos posteriormente, suscitará diversos interrogantes.
Se trata en su mayoría de útiles rutinarios compuestos por sílex o hueso. También encontramos un original bastidor compuesto por tres varas de avellano a modo de macuto, dos recipientes de corteza de abedul con forma de vaso, dos discos de hongo de abedul, taladrados en su centro e insertos en una tira de cuero, posiblemente usados por sus propiedades antibióticas y curativas. Cabe destacar los siguientes enseres:
Un hacha de cobre, única en el mundo de esta época, conservada en perfectas condiciones. Consta de un mango de madera de tejo, hoja de cobre y diversas tiras de cuero para su firme sujeción. Dada su excepcionalidad en el Neolítico final alpino, debía de ser un objeto extremadamente codiciado.
Un cuchillo de sílex con mango de madera de fresno y funda de fibras vegetales. El puñal mide unos trece centímetros. Un curioso objeto desconocido hasta ahora al que se le ha denominado retocador. Se trata de una especie de lápiz, pero de un calibre bastante más grueso y, en lugar de mina de grafito, una de asta de ciervo endurecida al fuego. Se supone que se usaba para los trabajos de precisión y acabado de las piezas de pedernal. Es de madera de tilo y mide doce centímetros.
Un arco inacabado, sin cuerda y de madera de tejo, con su aljaba de piel de gamuza y que contenía doce astiles de saeta sin terminar y sólo dos flechas enteras de 84 y 87 centímetros de longitud y con punta de sílex.
Un reguero de muertes
Un reputado forense dijo en televisión: “Si existe alguna maldición, está aquí”. Puede que razón no le faltase y que la inveterada costumbre de los vivos de turbar el descanso de los difuntos, esta vez, como en otras, trajese nefastas consecuencias.
A partir del descubrimiento de la Momia del hielo comenzaron a sucederse una serie de extrañas muertes, todas ellas relacionadas con Ötzi.
En poco tiempo siete personas implicadas en el rescate o estudio del cuerpo fallecieron de forma inesperada. La preocupación y el desasosiego se propagaron por la comunidad científica. En pleno siglo XXI se desataba una milenaria y funesta maldición que se extendía de forma enigmática e inaccesible al entendimiento del hombre racional. El único y común pecado de estas siete personas fue el de perturbar el descanso eterno de un misterioso personaje prehistórico.
En efecto, al año siguiente del hallazgo de Ötzi, fallece Rainner Henn, forense que coordinó el rescate final. Encuentra la muerte en un extraño accidente de automóvil, en una carretera poco transitada, cuando se disponía a impartir una conferencia sobre el Hombre del hielo. Su esposa y acompañante sale ilesa.
Le sigue un año después Kurt Fritz, guía de montaña y activo participante en los primeros días del hallazgo. Fue el primero en girar la cabeza de la momia y observar su rostro. Murió en una avalancha de nieve.
En marzo de 2004 fallece de un tumor cerebral Rainer Hölz, reportero de la cadena austriaca ÖRF, que grabó la extracción del cuerpo del hielo glacial.
Pocos meses más tarde Helmut Simon, célebre descubridor del cuerpo, junto con su esposa, se extravía en una de sus excursiones por la montaña y aparece muerto a los pocos días. Congelado, como Ötzi.
Dieter Warnecke es la quinta víctima de la momia. Participa en la búsqueda y rescate de Helmut Simon; fallece pocas horas después del funeral de éste. Aunque estaba en plena forma, le sorprende un infarto.
En 2005 muere Konrad Spindler, científico y coordinador jefe de los primeros estudios que se le practicaron a la momia. Era escéptico e incluso bromeaba cuando se le preguntaba sobre la maldición. Causa de la muerte: esclerosis múltiple.
Por último, en noviembre de 2005, Tom Loy, biólogo molecular y encargado del estudio de la sangre en la momia, fallece de una afección hereditaria sanguínea. La autopsia no es concluyente. Su hermano Gareth declara que desde su comienzo en el proyecto “Ötzi” se encontraba mal de salud y eludía conversar sobre el tema.
Cuadro: Las víctimas de Ötzi
¿Sacrifico ritual?
Teniendo en cuenta que la muerte de Ötzi no fue, como se cree, un asesinato, sino producto de una ceremonia religiosa, y que el cuerpo fue depositado allí, lugar sagrado, en el contexto de un sacrificio ritual, en honor a las deidades y al propio difunto, prohombre de su comunidad, no parece descabellado considerar que la momia estuviese protegida contra intrusos o profanadores de tumbas mediante alguna maldición o sortilegio, y que fuese este origen espiritual la verdadera explicación a los misteriosos acontecimientos que se desencadenaron tras el hallazgo.
El arqueólogo y explorador Johan Reinhardy, de National Geographic, cree firmemente en esta teoría. Y no va muy desencaminado si admitimos que la misma resolvería algunos puntos oscuros de las versiones académicas. Reinhardy asemeja este sacrifico al practicado por la culturas precolombinas en los Andes. No en vano, fue él mismo quien descubrió en 1995 la “Doncella de hielo”, una víctima de un sacrifico inca.
El hecho de que sus múltiples pertenencias apareciesen ordenadas y repartidas a lo largo de la depresión donde se encontró el cuerpo indica que hubo una predisposición, algo inimaginable para un moribundo. Lo más probable es que se tratase de una forma de ajuar o enterramiento ceremonial. De hecho, la adoración a los dioses de la montaña era trascendente durante la Edad de Cobre.
La aparición de armas en proceso de elaboración o defectuosas era una práctica de ofrenda funeraria comprobada en la Prehistoria. Eso explicaría la presencia del arco y las flechas inacabadas y los objetos aparentemente inservibles que hallamos en la tumba de Ötzi, útiles simbólicos cuyo uso se circunscribe al Más Allá.
Los tatuajes rituales (conjuntos de rayas paralelas y algunos cruciformes) –más de cincuenta– que presenta el cuerpo; el estómago nutrido, signo de un último ágape; la ubicación del cadáver, en una hondonada, al resguardo de las destructivas fuerzas de descenso del glacial y otras inclemencias; la ausencia del astil de la flecha asesina, cercenada quizá para estilizar el cadáver… Se trata, en suma, de múltiples y sólidos indicios que refuerzan esta teoría.
Aún más desconcertante es el hecho de que no le sustrajesen el hacha de cobre, instrumento de enorme valor en aquella época. Tampoco se le sustrajo ninguna otra pertenecía, algunas de ellas muy apreciadas y codiciadas.
Destejiendo la maldición
Evidentemente son muchas las voces que claman en contra de la existencia de una maldición que afecta a todo aquel relacionado con Ötzi.
El razonamiento fundamental es que el cuerpo del Hombre de hielo ha sido estudiado por centenares de especialistas en diversas disciplinas. Infinidad de periodistas y documentalistas ha trabajado profusamente sobre Ötzi. Muchos montañeros y guías expertos participaron en los intentos de rescate. Arqueólogos y antropólogos inspeccionaron minuciosamente su lugar de sepultura. Personal de universidades, museos o colaboradores en el traslado y conservación. Comerciantes que venden productos de Ötzi, fabricantes, industria turística que explota su imagen… La cantidad de personas relacionada con el universo del Hombre del Hielo es tan ingente que un aumento anómalo de su mortalidad resultaría más que llamativo. Las excepciones –los supervivientes– son tan numerosas que desmoronan por completo la norma. Aunque es cierto que desconocemos la lógica operativa de la maldición, no parece haber tenido un gran impacto.
Las edades de los fallecidos y el motivo de sus muertes no son tan insólitos como para inscribirlos en la categoría de suceso paranormal. Además, uno de los fallecidos, Dieter Warnecke (curiosamente el más joven) no tuvo nada que ver con Ötzi. Parece haber sido incluido en la lista de manera un tanto forzada.
Destaca, por último, el hecho de que exista una considerable distancia temporal entre las últimas víctimas y la fecha del hallazgo. Se supone algo excepcional que la supuesta maldición posea tamaña cobertura temporal.
En cuanto a la teoría del sacrificio ritual, que ciertos sectores de opinión utilizan para darle más solidez a la maldición, también existen voces críticas.
El primer elemento discordante con esta teoría es que Ötzi presenta heridas de carácter defensivo en la palma de la mano derecha. También la contradice el hecho de que se hayan encontrado hasta cuatro tipos de sangre, de distintos individuos, en las armas y ropajes del Hombre del hielo, señal de que hubo una disputa previa a su muerte.
Los tatuajes no necesariamente albergan un sentido ritual, más bien son de índole terapéutica, las radiografías han demostrado que en las zonas tatuadas existían problemas óseos o articulares. Hay multitud de registros arqueológicos de esta práctica en la antigüedad.
La ausencia de robo, especialmente del hacha, se explica si el asesino perteneciese a la misma comunidad que Ötzi. Portar pertenencias de éste le señalaría inmediatamente como el autor del crimen. Arrancar el astil de la flecha homicida obedece a la misma lógica. Bien pudo tratarse de un conflicto por intereses políticos. También pudo ser víctima de ladrones de ganado. Las hipótesis son varias y ninguna teoría es plenamente satisfactoria.
Son muchas las incógnitas que quedan por resolver y sólo nos resta seguir a la expectativa de que un futuro hallazgo arroje algo de luz sobre este baile de sombras en el que ciencia, magia y religión danzan de la mano tanteando la penumbra en busca de respuestas. Mientras tanto, Ötzi seguirá observándonos con su imperturbable y milenaria mirada, con el regocijo de saber que él es el único portador de la clave para resolver el misterio que tanto nos seduce e inquieta.


