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Dulce Navidad

Los alegres villancicos, retumbaban con inusitado ritmo a través de la  megafonía del Centro Comercial, dando la sensación de querer espolear a todos sus visitantes para que acrecentaran el ritmo de sus compras.

            Las luces parpadeantes de diferentes artículos de Navidad, competían en color y luminosidad en una vorágine sin freno por captar la atención.

            Las madres tirando de la mano con la que sujetaban a sus retoños, se afanaban en no perder el sitio en la cola para abonar sus compras.

            Los murmullos habían crecido de tal manera, que se habían convertido en un grito desenfrenado difícil de entender

            Carlos, con la mirada perdida en un mostrador donde se exhibían diferentes complementos para señora, intentaba disimular el fuerte dolor que a ráfagas y en continua ascensión, le oprimía las sienes  y se le extendía por todo el contorno de la cabeza.

            La visión se le volvía nebulosa e imprecisa, y pequeñas partículas de diferentes colores, flotaban a ambos lados de sus ojos, para ir acercándose lentamente hacia el centro de su borrosa visión.

            Frente a él, los murmullos lejanos de palabras sin sentido, procedentes de la dependienta, que con cara de extrañeza no le quitaba ojo, parecían intentar decirle algo, pero él solo acertó a oír: … dígame…¿se encuentra bien?

            Intentó reunir las suficientes fuerzas para explicarle que no, que no podía encontrarse bien con aquel jodido dolor de cabeza, que estaba a punto de perder el conocimiento, que no era la primera vez, que cada nuevo ataque, a pesar de las noticias optimistas de los médicos, era mayor, más doloroso y más difícil de soportar que el anterior.

            Que su familia no sabía nada, aunque comenzaban a sospechar algo, sobretodo por sus cambios repentinos de humor, y el abandono paulatino de todas las aficiones que habían sido eje de su vida en los últimos años.

            Que no quería encontrarse así, que quería dar un giro repentino y definitivo a su existencia, y que añoraba con nostalgia casi enfermiza toda su vida pasada, hasta hacía aproximadamente nueve meses en que la pesadilla había comenzado bruscamente y sin previo aviso.

            Y entonces fue consciente de lo que estaba sucediendo con toda la crudeza de la realidad.

            Ya sabía por que había enfermado, y a qué se debían aquellas alteraciones de la realidad que día a día habían ido minando su espíritu aventurero y su mente crítica y aséptica a la hora de analizar la realidad.

            Intentó decirle muchas cosas a la dependienta, cuya imagen se distorsionaba grotescamente ante sus ojos, pero sólo tuvo las fuerzas justas para decir: ¡VAIS A MORIR!

            Los murmullos crecían aun más en su cabeza, y los sonidos chirriantes de palabras y gritos, hicieron que convulsivamente se llevara las manos a los oídos en un vano intento por aislarse de aquellos exasperantes sonidos, pero era del todo inútil, pues procedían de su interior, y al taponarse los oídos, como si de una caja de resonancia se tratara, se dispararon en potencia y sonoridad.

            Bruscamente sintió como le apartaban las manos de la cabeza, y envuelto en miles de gritos y sonidos incoherentes le alzaban en volandas a través de la multitud intentando sacarlo cuanto antes de allí.

            Por fin alguien se había dado cuenta de lo que le pasaba, e intentaba ayudarle a mitigar, aunque sólo fuera en esta ocasión, los efectos del presente ataque.

            La gente se apartaba presurosa tropezando entre sí para dejar paso a los seguritas que se llevaban suspendido en al aire a Carlos.

            Algunos a punto estuvieron de caer al suelo en su precipitada huída hacia atrás para no interrumpir el paso de los vigilantes.

 

            -¿Pero qué ha pasado?, preguntaban unos.

            -Ha amenazado de muerte a la dependienta por no atenderle- decían otros.

            -Llevaba un arma, que yo la he visto- dijo otra voz cercana al mostrador donde habían detenido a Carlos.

            La música típica de Navidad, seguía emitiendo sonidos sin control a través de la megafonía.

            En cuestión de segundos el incidente había sido borrado de la mente de todos los testigos, mientras Carlos era conducido semiinconsciente en un coche de la policía local a la clínica más cercana.

           

                                                           . . . . . . . .  .. . . . . .  . . .

 

            Alejandra comenzó a pasearse nerviosa por la habitación. Ni tan siquiera la música de su emisora favorita, había conseguido mitigar los dolorosos retortijones que padecía en la zona del bajo vientre, y que se le extendían hasta casi las rodillas.

            Decidió salir a dar un paseo, y si no se le calmaban los dolores, entonces no le quedaría más remedio que acercarse al servicio de Urgencias más cercano.

            Caminó despacio y respirando en fuertes bocanadas, a través de la bufanda que la resguardaba del intenso frío.

            Notó con alivio como el dolor se iba alejando a cada paso que daba, y poco a poco se fue animando a sí misma a dar una vuelta y sumergirse en la vorágine de las compras de Navidad, aunque sólo fuera para mirar y sentirse una más dentro de la masa irracional que se dejaba arrastrar de mostrador en mostrador.

            Necesitaba sentirse viva y llena, para intentar apartar los negros pensamientos que habían sido sus únicos compañeros desde hacía poco más de una semana, cuando tuvo el primer dolor fuerte y agudo, y se había visto obligada a refugiarse en los lavabos de la discoteca donde celebraban la despedida de soltera de su amiga Montse.

            Desde entonces, y cada vez con más regularidad, había tenido replicas del mismo dolor, más fuertes que el anterior creía ella, pero sobre todo habían instalado en su mente el temor, de que algo innombrable y fatídico había hecho presa en ella, y en el momento en que médicamente confirmaran el diagnóstico, la enfermedad la devoraría sin piedad y a tal velocidad, que apenas si tendría tiempo de ser consciente de ello.

            No era pues de extrañar, que después de la última embestida dolorosa, y cuando casi había decidido ponerse en manos de los servicios médicos, aquella calma inesperada y fortuita, hubiera insuflado tal cantidad de adrenalina en sus venas, que estaba dispuesta a comerse el mundo en cuestión de segundos.

             Esperó pacientemente a que el semáforo se pusiera verde para los peatones, y cruzó en dirección a la entrada de los grandes almacenes especialistas en informática, imagen y sonido, que tenía a escasos doscientos metros de su casa.

            Se bajó la bufanda que le tapaba la boca, para llenarse los pulmones de aire frío y desangelado, pero que en esos momentos, no le acrecentaba el dolor que casi había desaparecido por completo.

            Por primera vez en varios días, comenzaba a tener ánimos y ganas de fiesta, cayendo en la cuenta, de que faltaban dos semanas escasas para Navidad y no tenia planes, ni compras, ni proyectos, ni nada de nada…. , desde aquella extraña noche en la discoteca, el mundo parecía haber intentado prescindir de ella.

            Pero eso tenía fácil solución: comenzaría por comprarse la pantalla panorámica de 48”, que llevaba tantos meses deseando tener (ya la pagaría a plazos), y seguidamente regresaría a casa para contactar con sus padres cara a la cena de Navidad, y con sus amigos José y Alberto para la fiesta de fin de año.

            Más contenta y animada, de lo que hacía mucho tiempo no recordaba haber estado, cruzó el umbral de la puerta del local comercial, apretándose contra la masa humana que deambulaba por el interior del establecimiento, entre murmullos, sonidos procedentes de televisores, equipos de música …, y la megafonía con las típicas canciones navideñas.

            Sintió un extraño escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, obligándola a taparse aún más con el abrigo que llevaba puesto.

            -¡Pues sí, ya solo faltaba que ahora que empiezo a encontrarme mejor, pille un constipado!- pensó para sus adentros, a la vez que se dirigía hacia la sección de Imagen y Sonido.

            La iluminación del local, pareció por momentos amortiguarse en una especie de semipenumbra que la obligó a detener el paso, intentando comprobar si era fruto de su visión, ó efectivamente se trataba de un problema de la tensión eléctrica, comentando con el joven que se encontraba paralelo a ella en el pasillo de accesorios de informática:

            -¡Pues solo faltaba que ahora se fuera la luz!

            El joven, de unos veinte años, dio media vuelta separándose de ella con cara de extrañeza.

            Alejandra se negaba a empezar ahora con otra sicosis, pero los escalofríos arremetieron con más virulencia, haciéndole castañetear los dientes, y obligándola a apretar el paso hacia el final del pasillo, a continuación del cual, comenzaba la sección de Imagen y Sonido que estaba buscando.

            Intentó concentrarse en los tres modelos de pantalla, que colocados en el estante más alto, con similares características técnicas, competían en precio.

            Se masajeó lentamente los párpados con su mano derecha, intentando aclarar la visión cada vez más borrosa, a la vez que una voz, situada a su espalda le decía:

            -¿Puedo ayudarla en algo?

            -¡Sí, por supuesto!,- contestó Alejandra alzando el dedo índice en dirección a la pantalla situada en el centro de las tres.

            -¿Qué diferencias principales existen entre…?- comenzó a preguntarle al dependiente pero nunca conseguiría terminar la pregunta:

            El mundo por ella conocido se partió en dos con un crujido infernal.

            Las luces se distorsionaron convirtiendo el entorno en lo más parecido a un pasillo estrecho y sin fin.

            Intentaba respirar, pero el aire se negaba a entrar en sus pulmones.

            Una sensación húmeda y caliente le recorría desde la entrepierna, hacía los mulos, para llegar a la moqueta que cubría el suelo.

            Un dolor agudo, penetrante y definitivo, rompió para siempre sus entrañas, haciéndola doblarse y caer de rodillas entre estertores.

            La oscuridad comenzó a invadirla y los sonidos se fueron volviendo lejanos al principio, para desaparecer al final.

            Quiso llorar y no pudo, quería gritar y fue inútil, sólo consiguió arrancar un grito de agonía de su garganta, que simultáneamente a como el vendedor se arrodillaba para intentar auxiliarle, se elevó entre los murmullos del local haciendo que el silencio reinara por completo, y diciendo en voz alta, a pleno pulmón y en solo tres palabras: ¡VAMOS A MORIR!.

            Quince minutos después, tumbada en una camilla, era introducida semiinconsciente en una ambulancia medicalizada camino del hospital más próximo.

            En su mente solo era capaz de dibujar la imagen de la pantalla que creía acababa de comprarse, y que cuando despertara, estaba deseando estrenar.

 

 

                                               ……………………………..

 

           

            Debido a las bajas temperaturas, la gente apretaba el paso intentando entrar en calor.

            En el interior de la cafetería, Ángel con sus dieciocho años recién cumplidos, intentaba concentrarse en el libro que estaba leyendo, tarea que no le resultaba nada fácil, debido al intenso murmullo de los clientes que abarrotaban el local, y que casi conseguían anular la música que procedente de una pantalla panorámica, recreaba el último trabajo de Madona.

            Con una manzanilla a medio consumir, intentaba infructuosamente apartar de su mente el dolor punzante que desde hacía casi dos días le oprimía el pecho y se le extendía hacía los riñones y la parte baja de la espalda.

            Para ser gases, le estaban durando más de lo habitual,  pensó, mientras desviaba la vista de su libro, para fijarla en la pantalla, donde comenzaban a emitir los típicos anuncios navideños.

            Con un gesto le pidió al camarero un refresco de cola y un donuts.

            Tenía que intentar quitarse aquel sabor amargo y a bilis, que le subía por el esófago y amenazaba con hacerle vomitar.

            Respiró profusamente, le dio un par de mordiscos al dulce, y tomó un sorbo de su refresco, sintiendo como una sustancia parecida al papel de lija, recorría su garganta según iba tragando.

            Intentó respirar, con más fuerza si cabe, pero el aire entraba con gran trabajo en sus pulmones. Era como si el trozo de donuts que había ingerido, se hubiera quedado haciendo tope en su garganta, aunque también tenía la sensación de que se había alojado en su pecho, hinchándose por momentos, y haciendo presión aún más dolorosa e insistente , que la sentida hacía tan solo unos minutos.

            Un sudor frío le recorría toda la parte central de la espalda, asomando a su frente con un par de gotas cercanas a la zona de las cejas.

            Sacó un cigarrillo, con la secreta esperanza de mejorar con unas cuantas caladas el desasosiego, por no decir miedo, que se estaba apoderando de él por instantes.

            Prendió el cigarrillo, y la llama procedente del mechero, pareció cambiar instantáneamente de color, llegando a ser azul cuando levantaba el dedo para apagar el mechero.

            Miró alrededor esperando algún comentario, pero nadie parecía haber reparado en nada extraño.

            Se concentró en el cigarrillo, intentando olvidar el dolor que le producía en el pecho cada vez que aspiraba una calada.

 

 

 

            En el cristal que cubría el expositor que tenía frente a él, al otro lado de la barra, se reflejaba algo parecido a una gran llama azul, parecida a la que había visto procedente de su mechero. Pero por más que miro a su alrededor, no había nada que estuviera produciendo aquel resplandor.

            La inexistente llama fue creciendo a la vez que un puño apretado en torno a su corazón, parecía estrujarle el pecho intentando rompérselo.

            Como pudo volvió a intentar respirar con fuerza, se bajó del taburete y llamó con un gesto al camarero, cuya silueta se le mostraba envuelta en pequeñas motas oscuras y oscilantes.

            Con la mano izquierda no cesaba de masajearse el pecho, mientras con la derecha se restregaba los ojos intentando aclararse la vista.

            El camarero frente a él, le preguntó con voz metálica, chirriante y muy lejana:

            -¿Te sucede algo chaval?

            Ángel intentó abrir la boca para pedir auxilio. Tenía miedo y notaba como si la vida se le estuviera escapando por momentos.

            La barra se balanceó levemente, el suelo comenzó a moverse a sus pies a la vez que sus manos crispadas intentaban agarrarse al taburete para no perder el equilibrio.

            Las piernas le flaquearon, notando cómo algo ardiente y devorador se rompía en el interior de su pecho, consiguiendo gritar según iba cayendo al suelo: ¡NOS ESTAMOS MURIENDO!

            Las luces se fueron difuminando, y un sopor agradable le fue invadiendo según el calor procedente de su pecho alcanzaba su cabeza.

            En la calle la sirena de la ambulancia intentaba abrirse paso en medio de un atasco infernal, mientras alrededor de Ángel se había hecho un corrillo sin que nadie se atreviera a tocarlo.

            Sus ojos se cerraron definitivamente, a la par que de su boca se escapaba un hilillo de una sustancia pastosa y extrañamente azulada.

 

            Las manos sudorosas, agarraban con patente nerviosismo el informe recibido hacía escasos minutos procedente de Madrid (España).

            Sin pronunciar palabra, se levantó de su sillón y se acerco a los enormes ventanales de su despacho, desde los cuales se dominaba gran parte de la ciudad de Dallas.

            Esperando impaciente, pero sin atreverse a interrumpir los pensamientos de su Comandante en Jefe, el Capitán Arnold, miembro de las fuerzas Aéreas Norteamericanas, repasaba mentalmente los detalles de la misión recién finalizada, intentando adivinar el contenido del documento que acababan de recibir, y que con tanto celo mantenía doblado y prácticamente escondido en su mano derecha su Jefe y compañero en la Guerra del Golfo.

            No sabía con exactitud los detalles de la misión que acababa de finalizar, pero lo que sí tenía claro era su importancia extrema, en base a las importantes y numerosas medidas de seguridad que se habían puesto en práctica.

            La artritis que le acompañaba desde su paso por tierras Árabes, no permitía que estuviera todo lo tranquilo y relajado que le hubiera gustado mostrarse, ya que las articulaciones de brazos y piernas, últimamente parecía que fueran a partírsele en dos. Sin ir más lejos, aquella misma mañana, al levantarse, tuvo que ingerir tres calmantes por que sino se veía incapaz de ponerse en marcha.

            Esperó a que el rostro enjuto, bronceado y de pelo blanco de su jefe estuviera de nuevo frente a él, para enarcando las cejas preguntarle con el gesto y no de palabra, que contara aquello que debiera y pudiera contar, pero por Dios que hablara.

            -A parte de Ud.- ¿Quién más tiene o ha podido tener conocimiento de los detalles de la misión?

            -Absolutamente nadie, señor.

            -¿Está seguro?- volvió a preguntar clavando su mirada fría y azul en Arnold.

            -Totalmente señor. La entrega de la mercancía la hice personalmente y sin intermediarios. Yo mismo me aseguré de que las muestras fueran ingeridas por los sujetos elegidos, y regresé sin pérdida de tiempo.

            -¡Bien, bien!, ya sabe que en cualquier misión, por simple y rutinaria que parezca, hay que mantener férrea disciplina y máxima discreción.

            -Por supuesto señor-contestó afirmativamente Arnold, que comenzaba a inquietarse por aquel extraño interrogatorio.

            -No descarte tener que volver a Madrid. Los resultados de las pruebas han sido totalmente satisfactorios, y vamos a hacer público el gran avance qué para la medicina preventiva y paliativa hemos conseguido.

            -¿Medicina preventiva, señor?- preguntó en un desliz imperdonable Arnold, cuya incredulidad se veía perfectamente reflejada en el rostro.

            -Por supuesto. ¿De qué si no podría tratarse?- preguntó rígido y extremadamente serio su superior.

            -Ni idea señor, disculpe mi intromisión, yo estoy aquí para cumplir órdenes.

            -De acuerdo capitán, simplemente aclararle, que los tres sujetos a los que introdujo las capsulas, estaban en tratamientos médicos por enfermedades crónicas. Y que el resultado ha sido totalmente satisfactorio. En aquellos en que no se ha conseguido una curación total, si se ha logrado paliar en gran medida los síntomas y reducir con ello el tratamiento médico a que estaban sometidos.

            -Excelente noticia señor-contestó Arnold notando como un sudor frió le recorría toda la espina dorsal.

            -Pues bien, hasta nuevas órdenes, puede retirarse. Y coja desde este mismo instante dos semanas de permiso por los servicios prestados.

            -No creo que sea necesario…

            -Es una orden capitán- dijo intentando esbozar una sonrisa mientras le extendía la mano para despedirlo.

            -¡A la orden mi comandante!, ¡muchas gracias señor!

            -De nada capitán, saludos a la familia

            -De su parte señor, gracias señor.

            Girándose sobre si mismo se encaminó rezando para que no se le hubiera notado el creciente temor que se había instalado en él por momentos.

            Como un zombi deambuló por los pasillos que le separaban de su despacho, y al llegar a él, cogió el teléfono para llamar a Margaret, su esposa:

            -Cariño, prepara las maletas que nos vamos de vacaciones.

            -¿Pasa algo?-oyó preguntándole desde el otro lado del hilo telefónico.

            -Nada, que me han dados dos semanas de vacaciones, y nos vamos cómo te prometí que haríamos en cuanto tuviera permiso.

            -¿Seguro que no pasa nada?- volvió a preguntar intrigada su esposa.

            -Que no pasa nada, haz las maletas que voy para allá.

            -De acuerdo, ahora mismo las preparo.

            -Al colgar, el temor casi se había transformado en pánico, si su mujer sin verle había captado que algo extraño sucedía, ¿Qué no habría sido capaz de intuir su jefe?

            Recogió su maletín de encima de la mesa, y salió presuroso camino del aparcamiento en busca de su vehículo.

            No conseguía concentrarse en nada que no fuera la creciente certeza de que estaba marcado y no para un ascenso precisamente.

            Recorrió los primeros kilómetros intentando apartar todos esos negativos pensamientos de su memoria, pero todo era inútil, salvo cuando reparaba en sus maltrechas articulaciones que no habían dejado de quejarse.

            Encendió la radio, y busco una emisora con música, y los acordes de Jingle bells  inundaron con sus características notas el interior del vehículo.

            -Bueno, al menos pasaremos las navidades en familia, pensó, en familia y con paradero desconocido. Y después ya vería, según se fueran sucediendo los acontecimientos y madurara con tranquilidad todo lo vivido últimamente.

            -Sus pensamientos fueron bruscamente interrumpidos por una oleada insoportable de dolor que se le extendía desde las piernas y los antebrazos, hasta casi la nuca.

            -Demasiada tensión, demasiados medicamentos y poco descanso- pensó intentando sobreponerse a las ráfagas de dolor seco y en continuo aumento que arremetían con inusitada furia contra él.

            Pulsó el intermitente y paró a un lado de la calzada, a la vez que la visión comenzaba a volvérsele borrosa.

            La siguiente embestida de dolor, paralela a los últimos acordes del villancico, abrió su mente totalmente a la realidad, para hacerle comprender que ya no volvería a moverse del asiento donde se encontraba, sus últimos segundos de vida pasaban ante él a la velocidad del pensamiento. El era otra víctima más del sistema.

            Intentó en vano coger el móvil que reposaba en el asiento del acompañante, pero tan sólo consiguió incrustar la cabeza en el volante, mientras por las comisuras de sus labios asomaba un hilillo de sangre, y sus ojos se cerraban sin oposición.

 

           

            En el despacho del Comandante Nevill, un Coronel del servicio de Inteligencia Norteamericana brindaba con Whisky  por las buenas noticias recibidas.

            -¿Así pues en dos semanas tendríamos el operativo listo y preparado para ser introducido de forma masiva?.

            -Sí señor, sólo falta marcar él o los objetivos, y la maquinaria volverá a ponerse en marcha.

            -Muy bien, y en cuanto al pasado, ¿No habremos dejado ningún cabo suelto, verdad?

            -No señor, el único posible problemilla, hoy mismo estará solucionado, limpio y aséptico como siempre.

            Muy bien, manténgame informado en todo momento.

            Así se hará señor.

            Según salió el coronel del despacho y tras cerrar la puerta, el comandante se apresuró a coger el vaso de whisky que éste  había estado utilizando. Tras lavarlo a conciencia, lo guardó en una bolsa de plástico y lo introdujo en su maletín, para deshacerse de él según saliera del despacho. No podía permitirse ni el más mínimo descuido.

            En cuarenta y ocho horas escasas, el último testigo del operativo estaría anulado definitivamente, y él preparado para actuar según se recibieran las nuevas instrucciones procedentes del enlace, al cual no conocía, y rezaba por que siguiera siendo así.Era la única manera de no caer él también víctima del sistema.

            Se sirvió medio vaso de Whisky, recostándose sobre su cómodo sillón cara a los ventanales que mostraban un cielo oscuro y gris amenazante de lluvia.

            Inquieto se masajeó la nuca intentando aliviar la tensión que notaba acumulada en esa zona. Levantó el vaso en un imaginario brindis a la par que recitaba en voz baja : ¡Feliz Navidad!.

            -¡Feliz Navidad!, contestó sonriente tras unos prismáticos, el ocupante de la habitación 955, del hotel, que situado a unos setecientos metros de distancia, era el lugar idóneo para asegurarse que el comandante Nevill ingería la dosis suficiente para ser anulado. Mas que suficiente diría que espléndida, pensó a la par que una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro.

            Recogió las pocas pertenencias que tenía, y tras abonar la cuenta del hotel, se introdujo en la vorágine de las calles comerciales adyacentes: ¡LA NAVIDAD, CON SU MÁXIMO ESPLENDOR, HABÍA COMENZADO!

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